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domingo, 17 de marzo de 2013

El diario de hoy


 
  El diario de hoy es un ejemplar que estoy deseosa de leer, a diferencia de años de pesadumbre a la hora de recibir el periódico dominical, el único que compramos en casa en toda la semana. Parece surrealista, como si todo se tratara de un sueño y temo despertar porque se trata de un buen sueño. No es un milagro, no es que el mundo va a cambiar mañana o que ha cambiado algo de lo que me preocupa de él de la noche a la mañana y donde tengo, para bien y para mal, los pies bien plantados. Siguen angustiándome las noticias sobre la miseria, la injusticia social, las turbias maniobras políticas, la exclusión, la inseguridad, la inequidad, inclusive a la hora de abogar por los derechos humanos, porque humanos somos todos, el crimen, la impunidad y la violencia, la frivolidad y los excesos contrapuestos con la pobreza de tantos que duermen en la calle y comen de nuestros residuos en su desvalía, esa presbicia que les endilgamos a los poderosos de turno y de la que nosotros también padecemos, al punto de haberles dado el poder para ignorarnos y hacer de nuestras vidas proyectos truncos de un color gris plomizo.


  El humo blanco que salió de una chimenea el pasado miércoles en Roma limpió el cielo de mi esperanza, y creo que no soy la única que siente así. Vivo bajo el mismo cielo que el día anterior a ese, pero parece que el horizonte se ha despejado un tanto, que las nubes amenazadoras que cubrían nuestros ánimos día a día se han ido con vientos que huelen a cambio, como el aroma a lluvia cuando se anuncia sobre el campo reseco y que los pronósticos del tiempo no auguraban. Ni siquiera el hombre que llegó de madrugada a la desierta inmensidad del aeropuerto de Fiumicino, enfundado en un sobretodo negro, cons sus viejos zapatos negros de suela de goma gastada de tanto dificultoso andar y con una pequeña maleta que esperó solo al desembarcar, sin custodia ni comitiva de recepción, para luego dirigirse a la labor para la cual había sido convocado y con el boleto de vuelta en el bolsillo y su cuota de miembro del club deportivo San Lorenzo al día, esperaba este cambio de paradigma. De esta inesperada sorpresa proviene mi alegría. Es una alegría histórica de la cual todavía no hemos tomado verdadera dimensión. Pocos hombres salidos de este, el confín del mundo, han sido distinguidos y señalados por los nobles motivos por los que Jorge Bergoglio se convertirá en Francisco el martes 14, día en el que la grey Católica a la cual pertenezco celebrará la festividad de San José.


  Y me ha embargado una cierta euforia que hace años no sentía y que recordaré toda la vida como argentina y como ciudadana del mundo al ver a este hombre presentarse de blanco y sin púrpura ni armiño como Obispo de Roma y no como Papa, irradiando una mansedumbre luminosa de genuina y humilde alegría, procurando encontarse ante la magnitud de lo que vislumbraba y lo que pasaría por su mente y su corazón, hincándose para que oráramos todos juntos, como una gran fraternidad global, por él y por nosotros, por la paz, deseando a viva voz una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia que enfrenta una grave y profunda crisis y que hace un intento de renovarse sin precedentes, de discontinuidad con el pasado por el cual se la condena despiadadamente, basada en la figura de un hombre que rechaza el oro, la limusina y el lujo desmedido que se le ofrece para seguir llevando su austera cruz de plata, su anillo de bronce y viajar en el ómnibus con los demás cardenales que trabajaron para elegirlo a él, que pagó la cuenta del hotel donde se hospedó durante el Cónclave y que hace expulsar a un corrupto de una capilla del Vaticano por haber encubierto a sacerdotes pedófilos ni más ni menos que en los Estados Unidos. Desde ya, no ha cambiado al mundo, pero de una manera clara y directa, sencilla y sin discursos teñidos de moralina, sus gestos dicen más que mil palabras que nos aturdan y me hacen ver el mundo como un lugar un poco mejor.


  No han faltado aquellos que han sembrado cizaña intentando ensuciar su trayectoria de cura de la calle, de las cárceles, de las maternidades de mujeres violadas y solas, de los enfermos de sida, de los padres de aquellos hijos, y en muchos casos nietos menores, que murieron en un trágico incendio en una discoteca porteña en 2004, a quienes acompañó a la morgue en las horas más oscuras y de quienes jamás se desentendió, el cura que defiende causas como las de la AMIA o Malvinas, el pastor de un rebaño descarriado y necesitado de mirada que lo desvela. No han faltado compatriotas que confabularan en su contra y observadores internacionales que se han hecho eco de turbias historias infundadas de un pasado que como sociedad y como mundo no terminamos de dejar donde pertenece. Han llegado a decir que todo esto es una cortina de humo, una movida de corte mediático para distraernos de la muerte de Chávez y sus implicancias en Latinoamérica. Y por supuesto no faltaron los que nos criticaron por sudacas de sangre caliente y poca cabeza, fanatizados por este hecho extraordianrio, como cuando nos ponemos la camiseta para ver a la selección argentina. Yo pensé cuando leí o escuché cosas como estas en que a Lennon lo aplaudimos por su aún viva proclama de ser un soñador, y de no de no ser el único en "Imagine", pero parece que nosotros, católicos, protestantes, judíos, como el Ravino Bergman, que llamó a Bergoglio "su rabino", agnósticos, ateos o indiferentes, que sencillamente nos sentimos contentos con lo sucedido, no tenemos derecho a soñar. Me he encontrado con fotos burlonas como la de abajo, publicadas por argentinos mismos:
  Quien quiera que haya tenido una herida que no ha terminado de cicatrizar sabe que no hay nada peor que abrirla de nuevo cuando parecía estar cerrándose. Y es tristemente evidente que muchos no dejan o no pueden dejar sanar esa herida y así perpetúan nuestra enfermedad, ya que de ese modo no es posible proyectarnos a un futuro más sano. Todos los responsables de aquel mal de los setenta han sido juzgados por la justicia local: creo que no ha quedado nadie sin pasar bajo la lupa de la justicia. Y así y todo, hay quienes se encargan de intentar poner palos en la rueda para el nuevo camino que Francisco nos instó a transitar juntos y en el cual nos negamos a creer, aferrándonos al prejuicio de los errores cometidos por una institución humana, errores admitidos y por los cuales han pedido perdón figuras ejemplares y siguen haciéndolo. Una institución muy vasta y sobre la que se generaliza burdamente, sin conocer detalles que no ocupan su debido lugar en los medios, y de la que sólo parecen trascender los escándalos, el oro y la pompa y no las buenas acciones anónimas que se realizan en jeans y alpargatas de lona en silencio y con escasos recursos a diario. Pero el corazón humano es duro a la hora de perdonar y de juzgar con ecuanimidad y así es como se estanca en su camino hacia lo que podría ser un futuro un poco mejor. No dejamos de pensar con la cabeza puesta en nuestras amargas experiencias del pasado y le negamos a nuestro corazón, hambriento de esperanza, la posibilidad de escuchar y abrirse. Tal vez de eso simplemente se trate: de empezar a escuchar con el corazón y alimentarlo en la ilusión. Pero el miedo a ser defraudados una vez más parece poder más.

  Nuestros humos tienden a ser grises o más bien negros hace mucho, inflamados de desigualdades y desencuentros, restricciones a nuestras libertades, intolerancia, inestabilidad económica, falta de diálogo, sospechas de enriquecimiento ilícito, crímenes inexplicablemente violentos e impunes y falta de proyección hacia un futuro auspicioso. Y el pasado 13 del 03 del 2013 se abrió una pequeña puerta que dejó entrar la posibilidad de aires de cambio. Un cambio que ya se anuncia en la reunión entre nuestra primera mandataria y el nuevo Obispo de Roma, que hace tiempo ya no se encontraban cara a cara. Una puerta que abre la oportunidad impensada de que un latinoamericano valioso, valiente, bien preparado y carismático, que no cae en la demagogia ni comulga con el populismo, con el coraje de denunciar la injusticia y aquello que atenta contra el verdadero espíritu cristiano desde el corazón mismo del Vaticano, emprenda la misión de evangelizar sin sangre a un mundo que parece haber perdido la fe ya no en la divinidad sino en la humanidad misma. Y es allí donde reside su mayor mal, en la angustia y la falta de sentido que lo aqueja y que se ha intensificado por su materialismo a partir del desmoronamiento económico que arrasa con proyectos de vida dignos que quedan truncos en tantos rincones del planeta.


  No es fácil admitir que se es creyente en un mundo donde está mal vista la espiritualidad así asumida y se prefiere la intelectualización como mecanismo de defensa a nuestro miedo a ser defraudados, teñida de ideologías nihilistas y desesperanzadas, donde se prefiere la descalificación desapasionada a la ilusión apasionada. Se nos cuestiona ahora a los católicos del mundo por no dar buenos ejemplos, como si tuviésemos el deber de ser todos santos. Jesucristo nos amó en y por nuestras miserias y así se erigió en pastor de ovejas que cargó en sus hombros a riesgo de ser manchado por sus excrementos. Compartió su mesa con las prostitutas, los marginales, los desviados, los excluidos de entonces y también se sospechó que aspiraba a un reino terrenal que nada tenía que ver con el reino que pregonaba ni con su ejemplo de vida. Por eso se lo crucificó. Ojalá no volvamos a hacer algo parecido una vez más. Estamos hecho de barro y nos sentimos hundidos en ese mismo fango, necesitados de una guía que nos inspire confianza desde sus gestos y sus acciones, aunque para eso es menester que le demos tiempo y una oportunidad de probar que es digno de calzar las sandalias de pescador que le han sido dadas, y no los zapatos rojos que se niega a llevar puestos. Y nos rehusamos a confiar. A veces lo que más nos cuesta es lo que más andamos necesitando. Con todo eso, por una vez, luego de haber transitado áridos desiertos en mi vida adulta, luego de haber caído en oscuros abismos de escepticismo y de sentirme perdida y temerosa, débil y tibia en mis principios, mis convicciones y creencias y llena de defectos como persona y como miembro de una sociedad, me desperté un domingo de madrugada a escribir sobre lo que me doy permiso a vivir como una esperanza de cambio, de asomar a un valle, bajo un rayo de sol que hace mucho no recibía en su suave y sanadora luz y deseosa de leer el diario de hoy.

 "Ojalá el otoño, en vez de hojas secas,
pinte mi cosecha de pitisa alegre,
siembre una llanura de patata y fresas,
ojalá que llueva café.

Pa que en el conuco
no se sufra tanto,
ojalá que llueva café en el campo.
Pa que en Villa Vásquez oigan este canto,
ojalá que llueva cafe en el campo.
Pa que todos los niños
canten este canto,
ojalá que llueva café en el campo
ojalá que llueva,
ojalá que llueva,
ojalá que llueva café en el campo."




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